Francisco: “¡Señor, perdón por tanta crueldad!”

El Papa Francisco visitó los campos de concentración que los nazis erigieron en Auschwitz y Birkeanau. Cómo fue el emotivo recorrido.



En medio de un silencio desgarrador, el Papa Francisco visitó el campo de concentración de Auschwitz-Birkeanau, donde durante la Segunda Guerra Mundial fueron exterminados sistemáticamente por el régimen nazi 1 millón y medio de personas, en su mayoría judíos.

Allí, el Sumo Pontífice rezó por las víctimas de la Shoá y de todas las guerras, y como dejó escrito en español en el libro de honor de este sitio, imploró: “Señor, perdón por tanta crueldad!”.

Después de recorrer a pie los 66 kilómetros entre Cracovia y esta pequeña ciudad, el Papa pasó debajo del tristemente célebre arco con la infame leyenda “Arbeit macht frei” (El trabajo hace libres) que hay en la entrada del campo.

Desplazándose en un autito eléctrico, Francisco se detuvo en una larga oración silenciosa en la denominada Plaza del Apelo, el lugar de ejecución de los prisioneros. Uno de los sitios más conmovedores del campo, donde el franciscano San Maximiliano Kolbe ofreció su vida en lugar de otra persona ya condenada a muerte. Luego se trasladó al denominado “muro de la muerte”. Allí, en un período de dos años, entre el otoño de 1941 al de 1943, los oficiales de las SS mataron a miles de personas de un tiro en la cabeza.

Recibido luego delante del bloque 11 por la primera ministra polaca Beata Szydlo, saludó a 11 sobrevivientes, la mayor de ellas de 101 años. El Papa tuvo gestos de consuelo: hubo abrazos, miradas profundas, apretones de manos, con supervivientes del espanto. El último de ellos, Peter Rauch, alemán que fue deportado junto a toda su familia a los 4 años, le entregó una vela, con la que el Pontífice argentino prendió una lámpara que dejó como regalo al Museo.

Enseguida después, como se preveía, se trasladó en auto al cercano campo de Birkeanau -también llamado Auschwitz II-, el destino final de los trenes repletos de prisioneros deportados, el lugar de la selección y donde los nazis construyeron la mayor parte de las plantas de exterminio: cuatro crematorios con cámaras de gas, y unas 300 barracas de madera y ladrillos para alojar a los prisioneros.

Tras pasar al lado de esas tétricas vías de ferrocarril que llevaban a la muerte, llegó al Monumento a las Víctimas de las Naciones. Con rostro adusto, tocando su cruz pectoral, observó, recogido, las 23 lápidas conmemorativas, en las lenguas de las víctimas de diversas naciones muertas aquí: alemanes, polacos, austríacos, franceses, italianos, ucranianos y demás países.

Antes de regresar en helicóptero a Cracovia, saludó, finalmente, a 25 “justos de las naciones”, personas no hebreas que se rebelaron a la locura de exterminio nazi y salvaron de la muerte a familias enteras judías, escondiéndolos en sus casas y protegiéndolos.

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