Pedro Sánchez renunció a la secretaría general del PSOE

Fue tras perder la votación que propuso al Comité Federal de su partido en busca de un aval a su plan de intentar un gobierno alternativo al conservador Mariano Rajoy.



Pedro Sánchez dimitió a la secretaria general del Partido Socialista (PSOE) tras perder la votación que propuso al Comité Federal de su partido en busca de un aval a su plan de intentar un gobierno alternativo al conservador Mariano Rajoy, con lo que el sector crítico se impuso en una lucha interna que tendrá consecuencias para el futuro del histórico partido español y de cara a evitar unas terceras elecciones generales en España.

"Para mí ha sido un orgullo y presento mi dimisión. Ha sido un honor", aseguró Sánchez ante el Comité Federal luego de constatar que había sido derrotado por sus rivales, encabezados por la presidenta regional de Andalucía, Susana Díaz, en una ajustada votación (132 frente a 107) que se produjo al final de una jornada tensa y trepidante en la que el partido se mostró totalmente fracturado.



El hasta hoy líder socialista había atado su futuro a que se aprobara su plan de convocar primarias el 23 de octubre y un congreso extraordinario con la intención de reforzar su liderazgo, al verse fuertemente cuestionado por un sector de su partido, en su mayoría barones territoriales, que abogaban por una abstención del PSOE ante un gobierno de Rajoy.

"Lo que hemos defendido era celebrar un congreso, votar no a Rajoy e intentar formar un gobierno alternativo. El resultado ha sido adverso y, como dije ayer, si no prosperaba mi propuesta, no podía administra una decisión que no compartía", afirmó Sánchez en una comparecencia ante la prensa sin presuntas en la sede central del PSOE en Madrid.

"Mis padres me enseñaron que lo importante es sostener la palabra, y lo he hecho con firmes convicciones", añadió.

"Hoy más que nunca hay que estar orgulloso de militar en el PSOE", remarcó Sánchez, quien luego aseguró que la gestora que se hará cargo de la conducción de su partido contará con su "apoyo leal".

Las palabras conciliadoras de Sánchez, de 44 años, contrastaron con la retórica beligerante de los últimos días y con el duro enfrentamiento que se vivió hoy en el interior de la sede de la calle Ferraz de Madrid durante las 11 horas previas a una votación que marcará profundamente el futuro del PSOE, tal como lo reconocen tanto dentro como fuera del partido.

"Al PSOE le espera una larga y durísima travesía en el desierto. Se consumó lo previsto, Mariano (Rajoy) puede dormir tranquilo", reaccionó en un tuit el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, del lado de Sánchez.

Mientras los conservadores se mantenían silencio, el líder de Podemos, Pablo Iglesias, reaccionó anunciando que "en el PSOE se imponen los partidarios de dar el gobierno al PP".

La batalla entre las dos facciones en pugna fue fratricida, al punto que había pocas esperanzas de que la batalla tuviera una resolución inmediata luego de que las fuertes diferencias internas paralizaron durante horas el cónclave.

"El partido está roto, no hay solución", aseguró el dirigente de la corriente Izquierda Socialista, José Antonio Pérez Tapias, quien abandonó el comité federal poco antes de que se produjera el giro que marcará la historia del PSOE.

El desconcierto era enorme. A ese punto, Sánchez había logrado imponer que se votara su plan después de que el Comité federal se puso en marcha con cuatro horas de retraso y reiterados recesos por las dificultades para llegar a consensos mínimos.

"El sector que encabeza Díaz quería votación pública y Sánchez votación secreta", y finalmente, la votación en urna comenzó "de forma anómala, sin un procedimiento claro", explicó Pérez Tapias a la prensa.

Los críticos, sin embargo, forzaron su interrupción entre gritos de "¡sinvergüenzas! y ¡cobardes!".

A continuación, mientras el comité seguía bloqueado, los críticos comenzaron a recoger las firmas para presentar una moción contra Sánchez. Lograron el mínimo del 20% para presentar la iniciativa pero necesitaban de mayoría absoluta para aprobarla y la mesa del comité, fiel al líder, negó su validez.

Sánchez quería que se vote y finalmente lo consiguió, pero cedió ante Díaz aceptando que se hiciera con la mano en alza, y perdió.

La crisis, el caos y la tensión se vivió desde el arranque del cónclave a las puertas de la sede partidaria, donde se concentraron militantes socialistas partidario de Sánchez, que increparon a los críticos con gritos como "golpistas" y "traidores".

Sus oponentes no reconocían su autoridades desde el lunes pasado cuando dimitieron en bloque 17 miembros del Comité Federal del PSOE en un golpe con el que pretendían forzar su salida.

Sánchez se atrincheró argumentando que su legitimidad emana de los militantes que lo eligieron en primarias. De ahí que pretendía dirimir la gran crisis que se abrió en el PSOE devolviendo la voz a las bases.

El bando crítico, que buscaba tumbar sus planes, aseguraba que la Ejecutiva de Sánchez debía dimitir y dejar el partido en manos de una gestora.

Muchos analistas consideran que esa estrategia facilitaría la formación de un gobierno del Partido Popular (PP) de Mariano Rajoy sin que ningún líder socialista quede marcado directamente.

La rebelión contra Sánchez estuvo encabezada por los dirigentes territoriales con responsabilidad de gobierno y ligados a la "vieja guardia" del PSOE, que se resiste a aceptar el rumbo que tomó Sánchez, quien heredó un partido en caída libre que no supo levantar.

El desgaste electoral de los últimos meses sumado a las dificultades para formar gobierno provocaron un terremoto en el PSOE.

Sánchez encadenó dos derrotas electorales consecutivas a nivel nacional -20 de diciembre y 26 de junio- en las que logró resistir al partido izquierdista Podemos, pero los recientes comicios de Galicia y el País Vasco, en los que el PSOE se hundió, supusieron un golpe definitivo para su liderazgo.

Los críticos creían que ya estaba acabado y que el PSOE debería abstenerse para permitir la formación de un gobierno para recién después, desde la oposición, abocarse a la reconstrucción del partido con un nuevo líder.

Por el contrario, sus fieles consideraban que avalar al PP de Rajoy, manchado por la corrupción, sería herir de muerte al PSOE, de ahí que pretendían obtener una mayoría alternativa, que era difícil pero los llevaría a unas terceras elecciones con la tranquilidad de que fueron los nuevos partidos los que dijeron "no", y así podrían resistir.

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