La privación de sueño aumenta los niveles de una molécula que potencia la sensación placentera de comer.

Escatimar horas de sueño es un factor de riesgo para la obesidad, una enfermedad metabólica que afecta al 25% de la población adulta española según un informe de la Organización Mundial de la Salud. Dormir menos de lo necesario estimula el apetito, hace que comamos más de la cuenta y que sucumbamos a la tentación de picotear unas patatas de bolsa o un dulce durante el día. Y si esa situación se repite, acabamos sumando kilos de más.
Hasta el momento, diversos estudios habían demostrado cómo la falta de sueño impacta sobre las hormonas y el metabolismo en personas sanas. Sin embargo, no se había podido explicar por qué tendemos a comer más cuando no descansamos lo suficiente.
Un nuevo trabajo realizado por investigadores de la Universidad de Chicago y publicado en la revista Sleep, muestra cómo la privación del descanso necesario eleva los niveles en sangre de una señal química que aumenta la sensación de placer que nos produce comer. Y, además, potencia nuestra preferencia por alimentos con un alto contenido en azúcar, grasas o sal.
Para llegar a esta conclusión, los investigadores realizaron un estudio con 34 voluntarios jóvenes sanos, no obesos, 14 hombres y 20 mujeres, todos ellos veinteañeros a los que monitorizaron en dos situaciones: en la primera, durante cuatro días les hicieron dormir una media de 7,5 horas y en la segunda, tan solo 4,2 horas. En ambos casos, les hacían seguir la misma dieta y comer tres veces al día a las mismas horas; también les medían los niveles en sangre de grelina, una hormona que dispara el apetito, y de leptina, que se encarga de la sensación de saciedad.
Esas dos hormonas ya se habían estudiado en investigaciones anteriores y se había visto que, en niveles alterados, estaban implicadas en un aumento del apetito y déficit de sueño. Lo novedoso de este trabajo de la Universidad de Chicago es que, por primera vez, han medido también los niveles de endocannabinoides, moléculas que sintetiza el cerebro de manera natural y qu e activan el sistema de recompensas del cerebro.
“Hemos visto que la restricción de horas de sueño estimula una señal que puede aumentar el aspecto hedónico de la ingesta de comida, el placer y la satisfacción que obtenemos al comer”, afirma en un comunicado de prensa Erin Hanlon, investigador experto en endocrinología, diabetes y metabolismo de la Universidad de Chicago y autor principal de este trabajo.
Los investigadores analizaron los niveles de uno de los cannabinoides principales del organismo, 2AG, implicado en el control del metabolismo y el sueño. Observaron que, tras una noche normal, los niveles de esta molécula eran bajos por la mañana y alcanzaban un pico poco después de la comida (en el experimento, las 12:30 del mediodía) para luego comenzar a bajar.
En cambio, cuando los voluntarios dormían tan solo cuatro horas, experimentaban un aumento significativo de los niveles de 2AG que continuaban creciendo hasta casi la noche. De ahí que los participantes tuvieran más sensación de hambre, sobre todo al final de la tarde, a la hora de merendar.
Cuando ofrecían a los voluntarios un picapica, dos horas después de que hubieran tomado una comida abundante, si esa noche habían dormido poco, eran incapaces de resistirse a las galletas, las barritas de chocolate y las bolsas de patatas; de hecho, eran capaces de tomarse casi el doble de calorías y de grasa que cuando habían descansado ocho horas.
Fuente: LA VANGUARDIA

Escatimar horas de sueño es un factor de riesgo para la obesidad, una enfermedad metabólica que afecta al 25% de la población adulta española según un informe de la Organización Mundial de la Salud. Dormir menos de lo necesario estimula el apetito, hace que comamos más de la cuenta y que sucumbamos a la tentación de picotear unas patatas de bolsa o un dulce durante el día. Y si esa situación se repite, acabamos sumando kilos de más.
Hasta el momento, diversos estudios habían demostrado cómo la falta de sueño impacta sobre las hormonas y el metabolismo en personas sanas. Sin embargo, no se había podido explicar por qué tendemos a comer más cuando no descansamos lo suficiente.
Un nuevo trabajo realizado por investigadores de la Universidad de Chicago y publicado en la revista Sleep, muestra cómo la privación del descanso necesario eleva los niveles en sangre de una señal química que aumenta la sensación de placer que nos produce comer. Y, además, potencia nuestra preferencia por alimentos con un alto contenido en azúcar, grasas o sal.
Para llegar a esta conclusión, los investigadores realizaron un estudio con 34 voluntarios jóvenes sanos, no obesos, 14 hombres y 20 mujeres, todos ellos veinteañeros a los que monitorizaron en dos situaciones: en la primera, durante cuatro días les hicieron dormir una media de 7,5 horas y en la segunda, tan solo 4,2 horas. En ambos casos, les hacían seguir la misma dieta y comer tres veces al día a las mismas horas; también les medían los niveles en sangre de grelina, una hormona que dispara el apetito, y de leptina, que se encarga de la sensación de saciedad.
Esas dos hormonas ya se habían estudiado en investigaciones anteriores y se había visto que, en niveles alterados, estaban implicadas en un aumento del apetito y déficit de sueño. Lo novedoso de este trabajo de la Universidad de Chicago es que, por primera vez, han medido también los niveles de endocannabinoides, moléculas que sintetiza el cerebro de manera natural y qu e activan el sistema de recompensas del cerebro.
“Hemos visto que la restricción de horas de sueño estimula una señal que puede aumentar el aspecto hedónico de la ingesta de comida, el placer y la satisfacción que obtenemos al comer”, afirma en un comunicado de prensa Erin Hanlon, investigador experto en endocrinología, diabetes y metabolismo de la Universidad de Chicago y autor principal de este trabajo.
Los investigadores analizaron los niveles de uno de los cannabinoides principales del organismo, 2AG, implicado en el control del metabolismo y el sueño. Observaron que, tras una noche normal, los niveles de esta molécula eran bajos por la mañana y alcanzaban un pico poco después de la comida (en el experimento, las 12:30 del mediodía) para luego comenzar a bajar.
En cambio, cuando los voluntarios dormían tan solo cuatro horas, experimentaban un aumento significativo de los niveles de 2AG que continuaban creciendo hasta casi la noche. De ahí que los participantes tuvieran más sensación de hambre, sobre todo al final de la tarde, a la hora de merendar.
Cuando ofrecían a los voluntarios un picapica, dos horas después de que hubieran tomado una comida abundante, si esa noche habían dormido poco, eran incapaces de resistirse a las galletas, las barritas de chocolate y las bolsas de patatas; de hecho, eran capaces de tomarse casi el doble de calorías y de grasa que cuando habían descansado ocho horas.
Fuente: LA VANGUARDIA
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