BRUSELAS (AP) — Tras años de regateos, amenazas y plazos vencidos para sellar su divorcio, la Unión Europea y Gran Bretaña consiguieron por fin un acuerdo comercial en la Nochebuena del año pasado.
Había esperanzas de que la ahora separada Gran Bretaña y el bloque de 27 países pudieran llevar su relación a aguas más tranquilas.
Nada de eso.
El agrio divorcio y las negociaciones diplomáticas acumularon tanta bilis y mala sangre que ahora, a dos meses de la siguiente Navidad, vuelven a cruzarse acusaciones de traición y falsedad.
“Estaba escrito desde el principio”, dijo con resignación el profesor Hendrik Vos, de la Universidad de Gante. “Había muchos cabos sueltos. Varios temas que sin duda darían problemas, como la pesca y el comercio en Irlanda del Norte”.
Fue la pesca, una cuestión de escaso peso económico pero con grandes connotaciones políticas, lo que retrasó el acuerdo hasta el último momento. Y también es una fuente de divisiones ahora.
Francia pidió esta semana a sus socios de la UE que adoptaran una postura conjunta y tomaran medidas si era necesario si Londres no daba más licencias para que pequeños pesqueros franceses pudieran acercarse a las localidades británicas de Jersey y Guernsey, próximas a la costa normanda francesa.
En una intervención la semana pasada en el Parlamento francés, el primer ministro de Francia, Jean Castex, acusó a Gran Bretaña de renegar de sus promesas sobre pesca.
“Vemos de la forma más clara posible que Gran Bretaña no respeta su propia firma”, dijo. “Todo lo que queremos es que se respete la palabra dada”.
En una relación en la que los dos bandos suelen caer en los clichés sobre el otro lado, Castex recuperó el centenario insulto francés sobre la “pérfida Albión”, una nación en la que nunca se puede confiar.
Su ministro de Europa, Clement Beaune, se sumó el lunes por la noche. “La Unión Europea aplica de forma escrupulosa el acuerdo al que llegó con Reino Unido. Esperamos lo mismo de Gran Bretaña”.
Al otro lado del Canal de la Mancha, los defensores del Brexit en la política y los medios británicos suelen describir a la UE como conspiradora, profundamente herida por la decisión británica de marcharse y que hace todo lo posible por socavar el éxito del Brexit con trabas burocráticas.
El cisma se ha enquistado en la disputa en torno a Irlanda del Norte, la única parte de Reino Unido que comparte una frontera terrestre con un país de la UE. Según la parte más delicada y polémica del acuerdo de Brexit, Irlanda del Norte sigue dentro del mercado único europeo de mercancías para evitar una frontera física con Irlanda, miembro de la Unión Europea.
Eso implica que deben hacerse comprobaciones aduaneras y fronterizas sobre algunos productos que llegan a Irlanda del Norte desde Gran Bretaña, pese al hecho de que forman parte del mismo país.
Las regulaciones pretenden impedir que productos de Gran Bretaña entren en el mercado único al tiempo que se mantiene una frontera abierta en la isla de Irlanda, una de las bases del proceso de paz en Irlanda del Norte.
El gobierno británico no tardó en quejarse de que el sistema no servía. Dijo que las reglas y restricciones imponían una carga burocrática sobre las empresas. En un año repleto de metáforas bélicas, 2021 ya ha traído la “guerra de las salchichas”, en la que Gran Bretaña pidió a la UE que retirase una prohibición a la entrada de productos de carne procesada británica, como las salchichas, en Irlanda del Norte.
La comunidad Unionista Británica norirlandesa, por su parte, afirma que el acuerdo del Brexit socava el proceso de paz al debilitar los lazos de Irlanda del Norte con el resto de Gran Bretaña.
Gran Bretaña acusa a la UE de ser innecesariamente “purista” a la hora de aplicar el acuerdo, conocido como Protocolo de Irlanda del Norte, y afirma que necesita cambios importantes para que sea funcional.
El bloque ha aceptado estudiar cambios y tiene previsto presentar sus propuestas el miércoles. Antes de eso, Gran Bretaña subió de nuevo las apuestas al reclamar reformas aún más amplias en el acuerdo negociado.
En un discurso el martes en la capital portuguesa, Lisboa, el ministro británico del Brexit, David Frost, tenía previsto decir que la UE también debe retirar a la Corte Europea de Justicia como árbitro definitivo en las disputas comerciales en Irlanda del Norte.
Es improbable que la UE acepte. El máximo tribunal del bloque está considerado como la cima del mercado único, y Bruselas ha prometido no trastocar su propio orden.
“Nadie debería tener ninguna duda sobre la gravedad de la situación”, indicaba el discurso preparado de Frost en Lisboa, que instaba a la UE a “mostrar ambición y disposición a abordar de frente los problemas fundamentales del Protocolo”.
Frost tenía previsto decir que si no hay una resolución pronto, Gran Bretaña invocará una cláusula que permite a cualquier bando suspender el acuerdo en circunstancias excepcionales.
Eso congelaría unas relaciones ya difíciles y podría provocar una guerra comercial entre Gran Bretaña y el bloque, que sería más dañina para la economía británica que para la de su vecino.
Algunos analistas de la UE dicen que la demanda británica de retirar la supervisión de la corte demuestra que no tiene aspiraciones serias de que el acuerdo de Brexit funcione.
El ministro irlandés de Exteriores, Simon Coveney, acusó a Gran Bretaña de “cambiar el terreno de juego” y rechazar propuestas europeas sin leerlas.
“Esto se ve en toda la Unión Europea como el mismo patrón una y otra vez: la UE intenta resolver problemas, Gran Bretaña rechaza las soluciones antes incluso de que se publiquen y pide más”, dijo Coveney.
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Jill Lawless informó desde Londres.
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